En el curso de lo efímero, pero lleno de semillas de la eternidad, celebramos la memoria de una mujer que irrumpió en la Iglesia sin romper con la institución, Chiara d’Offreducci. Nacida en Asís, en el seno de una familia aristócrata (los Offreduccio), en 1193 , sus rasgos de mayor nobleza serán de otra naturaleza y se manifestarán fuertemente en el amanecer de su experiencia de enamoramiento por Jesucristo. Ella, al nacer y como todo ente histórico, ya estaba inmersa en una corriente de pensamiento, en un comportamiento típico de «mulier nobile» que ya conocemos por las abundantes consideraciones históricas . En otras palabras, vivió los dolores y las alegrías, las condiciones y visiones religiosas y sociales de su entorno vital, ella no fue solamente una mujer de su tiempo, sino también una mujer mucho más allá de las concepciones y límites de su época.
Entonces, ¿qué es lo que la singulariza? ¿Qué tiene Clara que es capaz de hacer presente una existencia que terminó hace siglos?
Bueno… sólo un punto me parece fundamental: ¡la autenticidad! Clara no sólo vivió, sino que se adueñó de sí misma, y lo hizo para entregarse por entero a un principio que perpetuó su legado, volviendo tierno y vigoroso su espíritu: Jesucristo, la claridad que la tornó clara de nombre y de vida. Ella reconoció la presencia del Cristo Pobre y Crucificado en los ojos de los «no amados» y desalmados porque marginados. Su encuentro con Francisco de Asís, un joven de la burguesía ascendente que había iniciado su itinerario por las sendas de la cruz, le mostró la posibilidad de iniciar también un camino de apertura y discernimiento en el Espíritu, que la llevó, en la primavera de 1211, a abrazar al Cristo Pobre, siendo recibida y consagrada al Señor por Francisco en la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles de la Porciúncula, cuna y núcleo carismático de toda la Familia Franciscana.
Poco después de su acogida y consagración en la Porciúncula, se trasladó a la Iglesia de San Damián, formando la segunda rama de nuestro carisma, la Orden de las Hermanas Pobres de San Damián (como se llamó inicialmente), cuya regla, escrita por ella misma, fue aprobada el 09 de agosto de 1253 por el Papa Inocencio IV. Clara fue la primera mujer a conseguir el reconocimiento papal de una Regla, la que ella misma escribió para su Orden, recibiendo el «privilegio de la pobreza». La audacia, valentía y ternura de Clara en la defensa de los principios que sustentan el carisma, que ella misma recibió del Espíritu a través de las manos de Francisco, confirman la autenticidad de una existencia consagrada a su Esposo, Jesucristo, el amor y la fuerza de toda su lucha en defensa de los valores franciscanos.
Para concluir esta breve reflexión, recordemos: Cristo ha Resucitado y su Presencia mueve la historia, pero no sólo la historia universal, el porvenir que se nos abre y nos arroja en un horizonte de posibilidades, sino también la construcción histórica y su meditación en las decisiones y escisiones, opciones y renuncias de estos dos pequeños de Asís, existencias en auténtica s vivencia s . En ellos y en sus experiencias auténticas y fundacionales el Cristo Señor vive hoy en la historia de la familia franciscana. Clara de Asís es la feminidad del Carisma que alimenta con vigor y ternura toda esta familia: su valentía y audacia en la defen sa del amor al Cristo Pobre nos enseñan algo muy importante sobre la fidelidad carismática, ella misma lo escribe en la Segunda Carta a Inés, a saber, que en ningún caso debemos olvidar nuestro Primer Amor o apartar la mirada hacia nuestro Punto de Partida.
Clara, Plantita de nuestro Padre Francisco, Hermana y Madre nuestra, ¡enséñanos a abrazar al Cristo Pobre!