La presencia de nuestro hermano y Padre Francisco fue verdadera luz, no solo para nosotros que compartíamos la misma profesión de vida, sino también para los que estaban lejos. Era, pues, luz, enviada por la luz que iluminaba a los que estaban en tinieblas y en sombra de muerte, para encaminar sus pasos por el camino de la paz. Esto lo hizo, como la verdadera luz del mediodía, que subiendo de lo alto, iluminó su corazón y encendió su voluntad con el fuego de su amor… tu obra.