– Un misterio de amor entre un Dios que llama por amor y un hombre que le responde libremente y por amor.
– Un llamado a ser puente entre Dios y los hombres.
– Un llamado a seguir en el mundo, para salvarlo, pero sin ser del mundo.
– La decisión de un joven que quiere dedicar su vida a ayudar a sus hermanos a salvar sus almas y hacer este mundo más como Dios lo pensó.
Hay infinitas formas como Dios puede llamar a un joven para su servicio. Aquí tienes algunos de los «síntomas» más frecuentes:
– Quieres hacer algo grande en tu vida.
– Sientes que Dios espera algo más de ti.
– Te preocupa el dolor de los hombres.
-La vida de un joven «normal» te gusta pero sientes que falta algo.
1.- ¿Cuál es el mejor MOMENTO para decidir?: ¿Es mejor entrar siendo aún niño o esperar a terminar la preparatoria, o una carrera, o a tener determinada edad?
La verdad es que lo mejor es responder cuando Dios llama: ni antes ni después. Si ya te diste cuenta de tener el llamado de Dios, ¿para qué te esperas? Y si tu llamado todavía no madura, ¿para qué te precipitas?
2.- ¿Cómo estar 100% SEGURO?
La vocación no es una certeza matemática, sino una certeza en la fe como la tuvo Abraham en su llamado (Gen). Si tú esperas una certeza que no te deje ninguna duda no la encontrarás jamás. El amor es también un riesgo, pero acuérdate de que es un riesgo en manos de Dios. Además esa certeza irá creciendo con fuerza en la medida que vayas avanzando con generosidad en tu proceso vocacional.
3.- Mi FAMILIA se opone
Debes convencerlos con la madurez de tu comportamiento y la perseverancia en tu determinación. Quizá también ellos necesitan tiempo para asimilar tu vocación.
4.- ¿Y si FRACASO?
En la vocación consagrada no hay fracaso posible si tú no quieres. Dios lo único que espera de ti es tu libre decisión de amarle y de aceptar su voluntad sobre ti. Por eso, mientras tú estés dispuesto y digas «Señor: ¿qué quieres que yo haga?», no te puedes equivocar. Otra cosa será el camino por el que el Señor te quiera llevar que, a veces, es muy misterioso.
Los Capuchinos somos una orden de hermanos consagrados Dios por medio de los consejos evangélicos de obediencia, sin nada propio y castidad. Algunos de los hermanos son sacerdotes y otros son hermanos legos. Ambos sirven a Dios según la manera particular a la cual cada uno fue llamado.
Los orígenes de los capuchinos se remontan a 1525, como una reforma de la orden franciscana impulsada por un grupo de hermanos que quisieron vivir más de cerca la regla y el testamento de San Francisco. Particularmente buscaron una forma de vida más contemplativa unida a una observancia más estricta de la pobreza de acuerdo con las tradiciones originarias de la orden. Perseguidos inicialmente por su ruptura con los franciscanos, los Capuchinos fueron reconocidos oficialmente como orden independiente el 3 de julio de 1528 por medio de la Bula Religionis Zellus, del papa Clemente VII.
Los capuchinos son conocidos por el hábito marrón y la capucha larga. El nombre de Capuchinos viene de la forma peculiar de usar el capucho. Lo que en un principio fue como un apodo, se ha convertido en el nombre oficial de la Orden El nombre de nuestra orden viene precisamente de la capucha. Los hermanos siempre se han caracterizado por su cercanía al pueblo “los frailes del pueblo”.
Una característica de los capuchinos es la minoridad, por eso buscamos los lugares más pobres y donde hay más necesidad. Nuestro carisma es vivir el evangelio, por lo tanto nos dedicamos a servir a la gente de diversas maneras. Podemos encontrar a un hermano atendiendo un comedor popular, visitando un hospital o una prisión. Otros estarán en una parroquia, o enseñando en un colegio o una universidad, o de misión en algún lugar lejano e incluso haciendo compras en el mercado. En cualquier trabajo que hacemos nos esforzamos por “ser menores” de corazón.
Un capuchino es muchas cosas a la vez. Es, sobretodo, un hermano entre hermanos y un hombre de oración. Los hermanos capuchinos cimientan su vida y servicio en estos dos ejes esenciales: la oración y la fraternidad.
Centrados en la Eucaristía y apoyados por un amor especial a la Virgen Maria, nuestra oración personal y comunitaria alimenta nuestra relación con Dios y de este modo podemos realizar nuestro servicio.
Junto con la oración, la fraternidad es de gran importancia a un hermano capuchino. Esta vida fraterna es el calor del hogar que nos cuida y protege, y es nuestro primer testimonio para a un mundo solitario y enajenado. Nuestra fraternidad, cuando es vivida auténticamente, es un testimonio de la vida evangélica en la cual, a imagen del Señor, que lavó los pies a sus discípulos para demostrar que vino para servir, nos servimos unos a otros.
Un capuchino es un hombre enamorado de Dios que vive para su servicio ¿Se puede resumir la esencia de nuestra vida en pocas palabras? San Francisco de Asís lo creyó y nos dejó escrito lo siguiente:
“La regla y la vida de los hermanos menores es ésta: vivir el Santo Evangelio santo de nuestro Señor Jesucristo»
Regla del San Francisco