En la celebración de esta Navidad Francisco realizó un gesto revolucionario, un lugar de encuentro con el Dios encarnado. Encuentro con un Dios palpable, pobre y sufriente. Es que, en verdad, Francisco se siente identificado con este misterio, ya que él mismo estaba sufriendo en carne propia terribles limitaciones físicas y espirituales.
Bien podríamos decir que san Francisco, al celebrar la Navidad en Greccio, realizó un Memorial del anonadamiento de Cristo.
Dice uno de sus biógrafos que, aun cuando no había Niño Dios en la cuna, un cierto hombre piadoso tuvo la visión de un niño acostado en el pesebre.
Lo que comenta su biógrafo sigue siendo actual. Dice el autor: “Y no carece de sentido esta visión ya que el niño Jesús había sido olvidado en muchos corazones, en los cuales, por su gracia y su siervo san Francisco, resucitó y se imprimió en sus diligentes memorias”.
Hoy Navidad es fiesta del viejito pascuero, es el día de los regalos y el sueño frustrado de muchos niños, que no tienen quién les dé un regalo. Se desconoce este Misterio, se desconoce a Jesús. Lo único que falta en nuestras calles es que haya un monumento “al Dios desconocido”(Cfr. Hechos 17,23), lo mismo que en Atenas.
Como Francisco, debemos esforzarnos por hacer presente al Dios hecho hombre en nuestra sociedad. Y tal vez como Francisco gritar fuertemente: ¡EL AMOR NO ES AMADO!