Mis Hermanos de la Delegación San Francisco de Asís de Chile, mis Hermanas Clarisas Capuchinas del monasterio de la Santísima Trinidad de Santiago y del Monasterio Santa Clara de Pucón, mis Hermanos vocacionados, mis Hermanos y Hermanas, laicos y laicas capuchinos y de la OFS, al pueblo de Dios simpatizante con nuestro carisma FrancisClariano, ¡deseo qué Él Señor te dé la Paz!
Hermanos y Hermanas, quiero hacer mías las palabras de los ángeles cuando las mujeres fueron, aún de madrugada, al sepulcro donde había sido depositado el cuerpo injustamente condenado, cruelmente flagelado y crucificado, el cuerpo sin vida de Jesús: «¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). El relato de Lucas es una invitación para que cada uno pueda reflexionar sobre la urgencia de purificar la mirada para que podamos saber dónde buscar el sentido de nuestra vida y así ir a la fuente que aplaca la sed de sentido de nuestra frágil existencia.
La realidad que nos rodea nos persigue con muchas señales de muerte. La desesperanza corroe las bases de nuestra fe en Dios y de nuestra confianza en los semejantes. Muchos encuentran normal y justificable la mentira, la falta de respeto, la intolerancia, la codicia, la violencia, el abandono, el hambre y la guerra… Hay también los que saben que todas esas elecciones son malas elecciones, saben que ellas nos alejan del cielo, impiden la amistad y la fraternidad, ofenden a las criaturas, destruyen nuestra Casa Común… Sin embargo, a pesar de ver tanta maldad, no tienen el ánimo suficiente para vivir de forma diferente, y asumen un modo ahora abatido, o conformado de estar en el mundo.
Por eso, quiero invitarte a vivir la experiencia de los tres personajes presentados por San Juan en el pasaje de tu Evangelio que registra la experiencia de la Resurrección: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo que Él amaba.
María Magdalena, muy de madrugada, fue a la tumba de Jesús. Para ella, que había sido acogida por el amor que cura, era demasiado dolorosa la experiencia de la despedida. Estar con su Señor era su mayor deseo, aunque solo por un poco más de tiempo. Simón Pedro y el otro discípulo oyeron lo que la mujer había relatado y corrieron hasta la tumba.
Los dos discípulos habían recorrido los caminos en compañía del maestro; habían privado de su intimidad; habían sido instruidos más claramente que el resto de la multitud… Aunque aún no comprendieron todo, ellos aprendieron a confiar en Jesús, aunque sin entender todo, ellos dejaron lo que poseían y asumieron el seguimiento del Maestro… Así que corrieron a la tumba porque de alguna manera sabían que el camino tendría continuidad.
El discípulo que Él amaba llegó al sepulcro, vio las vendas de lino en el suelo y, inicialmente, no entró. Después, entonces, entró, vio y creyó. El amor que lo eligió, el amor que lo instruyó, el amor que lo acogió, el amor que lo hizo discípulo… el amor… El amor le hace ver de una manera nueva, el amor le hace ver más allá: ¡El amor nos revela la Resurrección!
Al presentar mis deseos de Feliz Pascua, invito a cada uno y a cada una a buscar al Señor donde Él se deja encontrar, está vivo y resucitado. En la fraternidad y en la amistad, en la solidaridad y en el cuidado de los más débiles, en el afecto a los pobres y en la relación respetuosa y cortés con las personas y las demás criaturas, en las elecciones con gusto de justicia y paz y en todos los signos que exhalan la bondad y el bien querer podamos experimentar esta certeza transformadora: ¡Jesús resucitó!
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Fraternalmente,
Hermano Mauricio Silva dos Anjos, OFMCap. Delegado