Benedicto XVI, en el Angelus del domingo 2 de agosto de 2009, a todos los peregrinos que estaban en la plaza del Vaticano, les habló de la grandeza espiritual del Perdón de Asís con las siguientes palabras: «Hoy contemplamos en san Francisco de Asís el ardiente amor por la salvación de las almas, que todo sacerdote debe alimentar constantemente: en efecto, hoy se celebra el llamado «Perdón de Asís», que obtuvo del Papa Honorio III en el año 1216, después de haber tenido una visión mientras se hallaba en oración en la pequeña iglesia de la Porciúncula. Apareciéndosele Jesús en su gloria, con la Virgen María a su derecha y muchos ángeles a su alrededor, le dijo que expresara un deseo y Francisco imploró un «perdón amplio y generoso» para todos aquellos que, «arrepentidos y confesados», visitaran aquella iglesia. Recibida la aprobación pontificia, el santo no esperó ningún documento escrito, sino que corrió a Asís y, al llegar a la Porciúncula, anunció la gran noticia: «Hermanos míos, ¡quiero enviaros a todos al paraíso!». A partir de entonces, desde el mediodía del 1 de agosto hasta la medianoche del 2, se puede lucrar, con las condiciones habituales, la indulgencia plenaria también por los difuntos, visitando una iglesia parroquial o franciscana».
Tales condiciones habituales a que se refirió el Pontífice son las siguientes: según la tradición de la Iglesia, para obtener la indulgencia plenaria es necesario confesarse, participar en la Misa y en la Eucaristía, renovar la profesión de fe durante la visita recitando el Credo y el Padre Nuestro y, finalmente, rezar según las intenciones del Papa y por el Pontífice. Hacer la experiencia del Perdón de Asís consiste en inmergir en el amor infinito del Padre, cuyo rostro de la misericordia es su Hijo Unigenito, el cual permanece en la Iglesia y en sus fieles por medio de la actuación de su Santo Espíritu.