Recordar el nacimiento de Nuestra Señora nos hace tomarla del altar y recordar a la niña de carne y hueso que nació, creció, tuvo sueños, alegrías y tristezas y que, después, encarnando el rol de madre, se preocupó, sufrió, lloró, confió y aceptó lo que no eran sus planes, sino los de Dios.
Hoy celebramos la Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, la cual tiene lecturas propias. El evangelio está tomado de San Mateo, quien nos presenta en su primer capítulo la genealogía de Jesús.
La figura de la Santísima Virgen es crucial en la Historia de Salvación, pues desde antes de su nacimiento Dios piensa en ella y la elige entre todas las mujeres para ser la madre de Jesús. En ella llega a plenitud la Promesa. En ella, Dios se hace íntimamente presente en la vida de los hombres. Se hace, se va formando en las entrañas de una mujer, uno de nosotros.
Dios había predestinado, como nos dice San Pablo, a Nuestra Señora para este acontecimiento… pero pidió su sí libremente. Pero la historia y el sí de María son también las de todos y cada uno de nosotros. Porque Dios, por amor y en el amor, nos llama a cada uno, nos otorga la gracia de la Salvación, nos acompaña con su Espíritu, pero también, continuamente, nos pide el Sí desde la libertad, una libertad llena de amor y buscando nuestro bien y el de quienes nos acompañan en la vida.
El nacimiento de María recuerda nuestro nacimiento; la misión que tenemos en la tierra y que nadie la vivirá por nosotros. Que, en esta fiesta de Nuestra Señora, Ella, como en las Bodas de Caná, interceda por nosotros en el Camino de la Salvación al que somos llamados por Dios. Dios bendiga su día por intercesión de Nuestra Señora Niña.
Hermano Mauricio Silva dos Anjos
Hermano Menores Capuchinos – Chile.