Hermanos, hermanas,
Si hace poco comenzamos Agosto celebrando la Porciúncula, cuna de la Familia franciscana, hoy nos disponemos a celebrar a Santa Clara, la “Plantita del bienaventurado Padre san Francisco”. ¿Qué podemos decir de ella? Entre otras cosas que es “Espejo e imagen de la Iglesia”. Sí. El hombre de hoy está sufriendo una gran desorientación, porque todo lo centra en sí mismo. Y al centrarlo todo en sí mismo se descentra de lo principal. Se olvida de Dios, que es su eje y su centro. Y algo de esto les sucede a los cristianos, a la Iglesia. En este contexto ¿qué nos puede decir santa Clara?
El Papa Alejandro IV cuando la canonizó dijo que Clara fue una lámpara tan inflamada, tan reluciente, que no podía quedar oculta, sino que debía de brillar en la Casa de Dios.
La misma santa Clara tuvo conciencia del valor de su vida enclaustrada para la Iglesia. Ella comprendió que su vida debía ser una colaboración a Francisco en la tarea de reparar a la Iglesia.
En su Testamento dice que ella y sus hermanas debían ser “modelo para ejemplo y espejo ante los demás”. Y que, por tanto, estaban obligadas a reflejar sobre la Iglesia la luz de Dios, para señalar así a toda la Iglesia el camino de su vocación.
Clara se adelantó al Vaticano II. En Lumen Gentium se lee: “La profesión de los Consejos evangélicos aparece como un distintivo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento lo deberes de la vocación cristiana” (L.G.44) Con esto el Concilio nos está indicando cuál es el compromiso eclesial y misión de Signo que tiene la Vida religiosa.
En este tiempo de búsqueda y de autenticidad, cuando revisamos nuestra forma de vida, la Hermana Clara nos estimula con su vida de entrega a Dios a ser también nosotros un espejo para el “Santo Pueblo de Dios”.
Hno. Justo Pastor, OFMCap.
